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TERCERA ADVERTENCIA FINAL

16 de septiembre de 1994

Mi paz esté con vosotros, ovejas de mi grey.
Hoy deseo dirigirme de modo especial a vosotras, mis esposas, religiosas, consagradas a mí.
¿Tan pronto habéis olvidado vuestra promesa de fidelidad, que debo haceros recordar que en todas partes y en todo momento debéis presentaros como de mi propiedad? ¿Por qué habéis abandonado los signos exteriores de vuestra consagración? Debe vuestro cuerpo llevar, así como vuestra alma el sello de pertenencia a vuestro Dios, a quién habéis desposado por toda la eternidad. Habéis encontrado en el mundo, pues, otros placeres que os agradan más que vuestro encuentro íntimo conmigo. ¿Quién os ha enseñado a estar más dispuestas a cambiar según el gusto de la humanidad? Vuestra forma de vestir, de hablar, de conduciros... ¿quién, pues, os asegura que siendo más del mundo lograréis mayores éxitos? ¿Acaso puede un buen Esposo permitir que su esposa tenga otros amores... sin decir palabra... cuando le ha jurado fidelidad?
Amadas de mi corazón: muchas almas esperan vuestro ejemplo y vuestro trabajo. No creáis que una regla a seguir es una carga como no lo son mis mandatos. Ellos son una seguridad de la que no debéis escapar, antes bien, debéis mantenerlas y defenderlas, vosotras, las más antiguas, no permitáis que se desprecie el espíritu de las fundadoras. Vosotras, las novicias, no os atreváis a intentar introducir en casa de vuestro Esposo modales del mundo, porque seréis repudiadas como las vírgenes necias que no cargaron sus lámparas con el aceite del Espíritu Santo.
¿No os ha sido suficiente el ejemplo de mi Madre? ¿Creéis estar agradando más a vuestras madres, Teresa, Catalina? Tantas, que son y serán por siempre vuestro ejemplo. Estáis, pues, comenzando a oír más la voz del mundo que la de vuestro Dios.
Sabed que si no cambiáis esta actitud, muchas almas se perderán y vosotras seréis las responsables.
Y digo a aquellas consagradas que mantienen la Santa Regla de su Orden y que en todo siguen el camino de mortificación y piedad, enseñado por sus santas fundadoras: ¡No temáis! tenéis a vuestro Esposo de vuestro lado, acudid a mí y siempre os defenderé, pues la esposa leal nunca será repudiada.
Quitad pronto de mi vista esos malos acontecimientos, y no pongáis a los hombres en Mi lugar!, porque vosotras sois Mías, y el mundo debe saberlo por vuestro aspecto y por vuestro comportamiento, pues si os avergonzáis de mí, no esperéis nada de mí.
Por vosotras, mis consagradas, he dado hoy esta TERCERA ADVERTENCIA FINAL.
Paz a los que oís, paz a los que deseáis cumplir, paz a mis hijos fieles, Yo os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
El alma limpia con las Palabras de su Señor se conmueve de amor, el alma sucia con la voz de Dios, tiembla de ira, y lo rechaza.
Paz.

Lectura: I Carta de San Juan, Cap. 3, vers 21 al 24.





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