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SOBRE LA HUMILDAD

27 de enero de 1988

El que se humille, será ensalzado; y el que se ensalce será humillado. De ahí se deduce con toda claridad la medida que mayor beneficio reporta al alma. Para obtener verdadera elevación a los ojos de Dios, que es la única elevación auténtica y que supone alcanzar el Reino, es la humildad.
Humilde es aquél que vence su carácter en beneficio propio y de los demás; humilde es aquél que antes de realizar cada obra, aunque sea de su agrado, piensa, si es de agrado de su Señor y Rey; humilde es aquél que esconde un gesto o una palabra por no provocar irritación en un hermano y ganarlo para el Reino; humilde es aquél que teniendo el poder enorme de la oración aún se hace pequeño, se arrodilla y pide en secreto y luego no levanta su mano y dice: “yo he conseguido con mi plegaria” porque sin mi misericordia nadie es nada.
Tened en claro que la humildad ilumina a todas las demás virtudes con un fulgor especial. La Fe de los humildes, la esperanza del humilde, el amor de los humildes.
Para ser humilde no es necesario vivir en un lugar precario, ni vestirse andrajosamente, ni comer de vez en cuando, porque el orgullo puede anidar aún en un corazón miserable, pero no humilde. Humilde es aquél que usa todo lo que tiene, capacidades intelectuales, capacidades físicas, capacidades espirituales, en sometimiento a la Voluntad Divina para ganar almas sin mirar su propio interés. Humildad es la virtud netamente contraria al orgullo que es el estandarte de Satanás, de ahí que es tan difícil de conseguir.
MEDIOS PARA ALCANZAR LA HUMILDAD
Primero: la oración profunda, sincera, entregada, continua, perseverante.
Segundo: Estado de gracia profundo, también, continuo.
Tercero: Participación en los Santos Sacramentos, con devoción y sencillez y con piedad; ya hemos visto que es piedad.
Usando estas tres armas fundamentales adheríos a la Santa Iglesia, a través de la Santísima Madre, Virgen María, maestra de humildes y grande entre las grandes, aprended de Ella, Reina y Señora del Cielo y de la tierra y nunca ordena, siempre pide; nunca manda, siempre ruega; nunca presume, siempre trata de no figurar. Os he dado otros maestros pero como esta Madre ninguna y sabed que la humildad, es el paso fundamental, el último escalón, para llegar a ser santos. Quién es humilde acata con ese mismo don, unido a la obediencia, las disposiciones de la Santa Iglesia, madre y maestra. Eso es la humildad; no muchas palabras, acción; no muchos deseos, entrega; no muchos discursos, oración profunda. Nadie puede enseñar a otro a ser humilde, cada uno en su medida, debe tomarse a sí mismo y negarse; solo así se encontrará humilde.
El sello inconfundible de la humildad es el no rechazar la situación que sobrevenga de ésta; no rechazar la Voluntad Divina aunque sea contraria a la propia y aceptar lo de todos los días como expresión de esa Palabra que os salva, os sana, os redime y os eleva.
Sed humildes y seréis Ángeles.
Más adelante hablaremos de la presencia en los hombres de mi Palabra y de la necesidad del apostolado de los varones.
Id en paz. Todo pedido es escuchado y todo deseo será colmado, cuando sea el tiempo y el momento. Recibid bendición de vuestro Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.




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