A LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
4 de noviembre de 1985
Examinen sus conciencias; ¿acaso les duele que confíe en ellos y no en ustedes? ¿No soy el mismo Señor que ha dicho: las puertas del Infierno no prevalecerán sobre mi Iglesia? ¿Cómo pueden temer que el mal la destruya? ¿cuál es su Dios? El Señor no habita en libros ni en casas, ayuno y oración, allí es donde habita el Señor.
Reciban mi cuerpo a conciencia, porque el que consagra y el que recibe son iguales ante mí. ¿Por qué quieren juzgar las cosas que vienen del Señor? No hieran más mi corazón con sus dudas. ¿Quién me defenderá frente a los hombres sino ustedes, mis elegidos? ¿Acaso no me creen porque no me ven, no me tienen en sus manos en cada holocausto?1 Oigan y les hablaré; no miro a sus vestiduras, miro a sus corazones.
Revistanse con la gracia de Dios y no necesitaran más. Quiero que se difunda en todas partes el culto a mi Divina Misericordia.
Esta es la Obra reservada a los últimos tiempos.
Quiero que entre ustedes, hombres elegidos, se hable de ésto y se de a conocer. Mi Madre y Yo estamos llamando en todas las partes del mundo.
Lectura: Eclesiástico, Cap. 2.
1 La Santa Misa.
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