25 de octubre de 1996
Como una madre por las noches vela el sueño de sus hijos, así los ojos de vuestro Señor están fijos en vosotros para preservaros del mal y para conduciros por el camino del bien. Como esposo amante, deseo unirme a vuestras almas a través de la comunión, y compenetrándome en ella, transformarlas en mí. Recordad mis caídas bajo el peso de la cruz; otras tantas y muchas más podéis tener vosotros, mas si caéis como yo, levantaos pues también como yo.
No os desalienten las dificultades ni vuestra propia miseria. Volved a cargar vuestra cruz y adelantad en el camino de la santidad.
Tened paz. Grandes pruebas esperan a toda la humanidad, mas mis seguidores triunfarán en todas, y guiarán a otros al triunfo, que es la derrota definitiva de la Serpiente Antigua. Yo os bendigo, llegue mi bendición a vuestros corazones y permanezca en ellos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Amor y más amor es necesario; amor y solo amor necesitáis. Dad tanto amor como amor recibisteis de mí. Paz.
Lectura: Hechos de los Apóstoles, Cap. 15, Vers. 13 al 21.
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