17 de mayo de 1996
Oíd con atención y no endurezcáis vuestro corazón a la voz del Señor: Habitaban en cierto pueblo dos maestros de espiritualidad. Uno de ellos, conocedor de los designios de Dios y de las debilidades humanas, predicaba la continua conversión y la más profunda ascética, enseñando a resistir las tentaciones y corrigiendo severamente los errores; mas, un solo discípulo seguía su camino. A la vez, otro maestro, enseñaba su doctrina de espiritualidad fácil, de pacto con las pasiones y los defectos, de un Dios que nada ve y al que nada ofende, que todo perdona, aún cuando ese perdón no se es pedido, y sus discípulos se contaban por miles; predicaba en grandes salones y todos sus seguidores lo admiraban, pues hablaba acorde a lo que ellos querían, aunque despreciaban las enseñanzas de Dios. Pues bien, todos murieron y el maestro y su discípulo, ambos sacrificados seguidores de la ley de Dios, gozaron del Cielo; y en el fuego eterno ardió el maestro y sus miles de seguidores a quienes se preocupó por agradar antes que a Dios, y en su suplicio caía en la cuenta de su error, mas no podía ya remediarlo: había equivocado el camino y sus seguidores, con él, habían todos perecido sin remedio.
Si vosotros estuvieseis en ese tiempo y en ese lugar: ¿qué maestro elegiríais?... Pensadlo bien, y que vuestra respuesta nazca de vuestro corazón, pues hoy tenéis esa oportunidad. Aquí estoy yo, el Maestro de los maestros, el Señor, que os llamo a vosotros, humanidad entera, a ser mis discípulos sacrificados ahora, pero gozosos y reinantes en el Cielo. Elegid, y no os equivoquéis, pues está en juego vuestra salvación eterna.
Yo os bendigo, que el Espíritu Santo os ilumine en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Que vuestras bocas hablen lo que el Espíritu Santo inspire en vuestros corazones, y así agradaréis al Señor. Paz.
Lectura: San Juan, Cap. 21, Vers. 15 al 19.
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