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Edición Nro. 40

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NO ADMITIRÉ QUE HOMBRE ALGUNO
SE INTERPONGA ENTRE MI AMOR
Y MIS HIJOS NECESITADOS

21 de julio de 1995

La paz con vosotros, ovejas de mi grey.
Bien podría dejar de hablaros, suspender todos mis mensajes, sin que tuvieseis oportunidad alguna de reclamarme por ello. Bien podría dejar a esta humanidad librada a su propio capricho y esperar el desenlace sentado en el trono de mi justicia sin que nadie tuviese autoridad para decirme que no he hecho lo suficiente. Bien podría abandonaros en el desierto que vosotros mismos estáis produciendo con vuestra aridez espiritual sin daros una gota de asistencia en forma extraordinaria como lo hago por vosotros y por muchos y remitiéndoos directamente a mi Iglesia y a mis ministros. Pero predomina en mí la misericordia y por eso os sigo hablando y aconsejando y por eso permanezco junto a vosotros en las pruebas y por eso cada una de las palabras que de mi boca salen están dirigidas a vuestra salvación.
Por eso, hijos míos, no os he abandonado en este desierto aún, porque el fuego del Espíritu ha disminuido en mi Iglesia y deseo avivarlo; porque la fuerza del apostolado ha sido casi anulada y deseo que se renueve; porque el testimonio de vida ha sido abandonado por la comodidad y es mi deseo que se retome el ejemplo de tantos y tantos que a lo largo de la historia me han imitado.
No hallaréis respuesta para mi actitud con vosotros y con la humanidad en otro lugar que en mi mismo Corazón. Actúo así con vosotros porque os amo y deseo vuestro bien y no admitiré que hombre alguno se interponga entre mi amor y mis hijos necesitados.
Sed dignos de este amor. Amaos y amadme. Entregaos mutuamente en el trabajo, en el consejo, en la espera, en el apoyo mutuo, en la fidelidad, en la unidad, en la confianza, y así seréis dignos de mi presencia entre vosotros.
Tened paz. Yo os bendigo para que vuestro ejemplo atraiga a otros hasta mí en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Luchad contra la tibieza y la indiferencia. Vivid como verdaderos apóstoles. Es vuestro Dios quién habla. Paz.

Lectura: Eclesiastés, Cap. 7, Vers. 19 al 25.





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