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POBRE DE AQUÉL HIJO QUE A TIEMPO
NO SABE ELEVAR LA VISTA
HACIA EL BUEN EJEMPLO DE SUS PADRES

21 de febrero de 1992

Mi paz a vosotros, ovejas de mi grey.
Es mi deseo que conozcáis cada una de las circunstancias en las cuales vuestro enemigo y el mío saca partido y sale victorioso sobre vosotros y las fuerzas angélicas, buscando perderos más y más, lejos de mí. Por eso mis enseñanzas llegan a vosotros de esta manera: hoy os hablaré sobre el sacramento del matrimonio.
Este ha sido no solo olvidado sino desvirtuado y en la actualidad quienes reciben este sacramento en su mayoría carecen de preparación y de interés por el mismo, cayendo en una mera formalidad que hace luego que estas uniones fracasen, pues no es su deseo al presentarse frente a mí, en mi Iglesia, buscar mi bendición, sino mostrar frente a otros que continúan con una tradición puramente humana, algo social, y no lo que es en realidad: la relación del hombre con Dios. De esta forma y herida en su base la familia no puede luego producir los frutos, los grandes frutos que debiera. Pues no es igual el crecimiento de los hijos y aún la convivencia del hombre y la mujer en un hogar que intenta cumplir con Dios, que un hogar en el cual solo se viven las cosas del mundo y nada más. Buscad vosotros, una vida santa en vuestro matrimonio, una unión santa, como es Santo vuestro Señor, con los deberes y las obligaciones, a la vez con los derechos y alegrías, todo con mi bendición, sin supremacía de una u otra parte. Pues si bien el hombre representa la autoridad dentro de la familia no tiene pues porqué ser una autoridad tirana y falta de caridad, ni tampoco tiene porqué invertirse la escala de valores en una familia cristiana llegando a ser los hijos o la esposa los que manden al padre, y mucho menos aún si este quiere ser verdadero discípulo mío.
¡Y tú que eres padre de familia, entiéndelo!: No lograréis arrastrar con tu ejemplo a los que te rodean, si los que viven a tu lado continuamente, no ven en ti un auténtico cristiano.
¡Y tú, madre de familia, comprende!: Que nada ganas con realizar bien todas las tareas, si olvidas la salvación de los tuyos y en primer lugar aquél a quién Dios te ha dado como esposo. Pobre de aquél que usa esta relación para perder, pervertir o aprovecharse del otro; pobre de aquél hijo que a tiempo no sabe elevar la vista hacia el buen ejemplo de sus padres; pobre de aquellos padres que escandalicen a sus hijos con sus actitudes. Destruyendo esta vida santa, se está destruyendo toda la sociedad humana y la base de la salvación, pues la unión en el amor a Dios, hará que muchos se salven. Pero si logra el demonio sembrar la discordia dentro mismo de la familia, tiene media batalla ganada en contra de sus miembros. Por eso Yo os llamo a renovar los votos de amor que habéis presentado frente al altar, unos por otros, vosotros, al recibir el sacramento del matrimonio.
Y vosotros que dedicáis vuestra vida por completo a mí, también habéis nacido a esta vida a través del matrimonio de vuestros padres, pues por consiguiente, orad por ellos y agradeced esa unión que os da la posibilidad de hoy servirme en libertad. Y vosotros que os preparáis para contraer matrimonio según las leyes de Dios, no lo hagáis a la ligera, pensádlo bien, dialogad, sí, pero dialogad también conmigo a través de la oración. Si en todos los demás actos de vuestra vida puedo inspiraros, cuánto más en éste que debe estar guiado por el amor.
Tened paz, ya retomaremos este tema, seguiremos en esta misma senda, descubriendo paso a paso el accionar de la Serpiente Enemiga, pues descubriéndolo lograremos esquivar sus insidias. Vosotros unidos a mí, no temáis. Yo os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
La paz habitará siempre en aquellos hogares donde la Voluntad de Dios es lo primero sobre toda otra voluntad, no lo olvidéis. Paz a vosotros.

Lectura: Hechos de los Apóstoles, Cap. 20, Vers. 29 al 38.





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