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¡AY DE AQUELLOS QUE ENDURECEN DÍA A DÍA
SU CORAZÓN Y NO QUIEREN OÍR
PARA NO CAMBIAR!

20 de abril de 1990

La paz a vosotros, una vez más, la paz a vosotros, ovejas de mi grey.
La humanidad entera busca vivir en libertad mas no comprende que la auténtica libertad es vivir compenetrado y sumergido en la voluntad de Dios sobre vuestras vidas. La libertad del hombre que sirve a Dios, es la libertad perfecta. La humanidad dice buscar el amor, mas explora caminos alejados de la fe, alejados de su Creador. ¡Oh, humanidad perdida! no encontraréis amor lejos de Dios. La humanidad clama en busca de la paz. Ya lo he dicho y lo repito: El mundo no encontrará paz si no se vuelca definitivamente a mi misericordia como forma de vida individual y colectiva. Solo así, la humanidad encontrará su plenitud, la plenitud de la libertad, la plenitud del amor, la plenitud de la paz, solo en Dios se halla la plenitud del hombre y para esto fue creado. Si su búsqueda se dirige a otros horizontes, fracasará.
Este es un nuevo aviso que Dios da como prueba de un primer paso de acercamiento, mas, ¡ay de aquellos que endurecen día a día su corazón y no quieren oír para no cambiar!, ni quieren entender para no acercarse a la verdad y tener que quitar de su corazón los apegos del mundo.
Amados, si os habéis decidido a seguir a Dios, mucho sufriréis día tras día pero el consuelo no os faltará y mis ángeles vendrán a vosotros prontamente con el auxilio necesario.
Con vuestras vidas debéis proclamar: es tiempo de misericordia y perdón, arrepentíos y cambiad de vida.
Solos, nada sois; conmigo, todo lo podréis.
Tened paz. Yo os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Mantenéos en la firmeza del que ha conocido la verdad y no se apartará de ella aún a riesgo de su vida. Así, pues, se defienden las cosas de Dios, no se turbe vuestro corazón. El temor no se apodere de vosotros.
Orad, recibid mi Cuerpo con dignidad, leed mi Palabra, vedme vivo en vuestro prójimo y nada temeréis.
Mi paz a aquellos que tienen su corazón limpio.

Lectura: Romanos, Cap. 8, Vers. 35 al 39.





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