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Edición Nro. 12

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MIRAD POR EL BIEN DE LAS ALMAS
QUE ES LO ÚNICO QUE VALE

16 de junio de 1989

La paz con vosotros, ovejas de mi grey.
Vosotros me decís: «Tuyo es el Reino, tuyo el poder y la Gloria por siempre Señor», mas cuando traigo a vosotros mi Reino y muestro mi poder para que todos alcanceis la Gloria, no prestáis atención a mis palabras y queréis decirme vosotros, cómo, cuándo, dónde y qué debo hacer. ¿Por qué decís: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo»?, y cuando veis que mi voluntad pasa por los más inútiles, los menos sabios según el mundo, buscáis su destrucción, solo porque según vosotros se arrogan el derecho a oír la voz de Aquél que habla a los oídos del alma. Vosotros me decís: «Señor, no soy digno de que entréis en mi casa, mas una palabra tuya bastará para sanarme», y cuando os doy no solo una palabra sino muchas enseñanzas para sanar vuestras almas, las rechazáis como invento humano o como imaginación enfermiza, solo porque conmueve los cimientos de vuestro edificio espiritual construido sobre arena.
Vosotros me decís: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ¡Ven Señor Jesús!» Y cuando vengo a vosotros, me cerráis las puertas del templo y me tratáis como a un bandido en mi propia Casa. Reflexionad, pensad, meditad: no erréis el camino, no volváis vuestra vista a vuestros mezquinos intereses; mirad por el bien de las almas que es lo único que vale.
Tened paciencia con los defectos notorios en aquellos que deberían ser los consejeros y defensores de todas mis apariciones y mensajes en todo el mundo, pues ellos como vosotros, carecen de experiencia sobrenatural y tienen sobre sí una carga más pesada que la vuestra, pues los pastores deben discernir con corrección frente a los ojos de los fieles, y sobre todo frente a los ojos de Dios, por eso no apuréis vuestros juicios ni habléis sobre temas que no os corresponden, dejad que el Señor haga su predicación como lo prefiere: ya veréis el efecto.
Vosotros que amáis mis palabras, cumplidlas; vosotros que amáis mi presencia, no pequéis; vosotros que sentís mi amor en vuestros corazones, amad para que otros también sientan la llegada de misericordia hacia ellos; vosotros que pedís demora en la justicia, no ajusticiéis antes de tiempo a nadie.
Hijos míos, muchas veces se me pregunta a quién dirijo mis palabras, mas Yo os digo, el Espíritu del Señor sopla hacia donde quiere y como ya os he dicho y os repito, el que pueda entender que entienda, lo cual quiere decir, aquel que esté y se sienta incluido en mis palabras, es el destinatario, pues si hablo aquí no es solo para éste (vidente), ni para vosotros sino para todos, y no solo para los que creen sino también para los que no creen que soy Yo quién habla, pues crean o no, los frutos están a la vista.
Si os he acompañado a través de todo el camino hasta el día de hoy, ¿pensáis acaso que os abandonaré exactamente ahora en el momento en que la batalla es más cruda y que parecería que vuestro enemigo, el mío, en vosotros tiene todas las de ganar? No será así.
¡Vuestro Pastor no os abandona, rebaño fiel!
Y dejad que las almas vengan a mí, porque mi misericordia tiene aún mucho para dar, mucho de lo que abunda en el Corazón de Dios para sus criaturas, solo debéis acercaros cada día un poco más.
Tened paz, pequeños míos, Yo os bendigo, os doy salud de cuerpo y alma en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Los objetivos más difíciles de alcanzar son aquellos que reservan mayor alegría para quienes los conquistan, así es con el Reino de los Cielos, cuanto más luchéis por conseguirlo, más os alegraréis al alcanzarlo, luchad y sed fieles hasta el fin, mi amor es siempre fiel.
Paz a aquellos que se acercan a mí con buena voluntad.

Lectura: San Lucas, Cap. 4, Vers. 16 al 19.





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