15 de junio de 2007
¿Qué son, pues, esos lamentos y quejas que llegan a mis oídos? ¿Es acaso esa la voz de mis apóstoles elegidos? ¿No os he llamado a la batalla? ¿Por qué entonces no procedéis como soldados sino como almas que sufren oprimidas por mi enemigo? ¿Dónde está la confianza en mi acción? ¿Dónde está el calor del Espíritu en vuestros corazones? ¿Acaso ya habéis olvidado vuestra misión o deseáis abandonarme?
No os llamé ciertamente para concederos todo y cuanto queráis, sino para que salvéis almas a costa de sacrificio. Mostrad un espíritu más firme y no retrocedáis ahora. Pues la hora se acerca en que deberéis dar cuenta de vuestra misión.
Recordad que lo que tenéis en vuestras manos son armas: haced uso de ellas como tales o pereceréis bajo las tentaciones y trampas del demonio.
Tened paz. Mi mano se alza para bendeciros si vuestros corazones están abiertos y si sentís en ellos la alegría de servirme. Si dudáis, pensad bien, pues más adelante la batalla empeorará.
Yo os bendigo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: Amén).
Cuanto mayor humildad demostréis, más triunfos obtendréis sobre el enemigo de las almas. Paz.
Lectura: Hechos de los Apóstoles, Cap. 9, Vers. 1 al 9.
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