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Edición Nro. 43

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OS HABLO A LOS CATEQUISTAS

20 de julio de 1990

La paz a vosotros, ovejas de mi grey.
En un mundo destruido por el egoísmo, recibid la paz; en un mundo hundido en el pecado, recibid mi paz; en un mundo olvidado de Dios, descienda sobre vosotros la paz, esa paz interior que solo se da en las almas que reconocen al Señor y al encontrarlo se adhieren a Él con todas sus fuerzas, llorando sus miserias, pidiendo perdón por sus limitaciones y recurriendo a la misericordia. Yo os aseguro: Nunca faltará misericordia para quienes la pidan a tiempo.
Existe en la actualidad una figura dentro de la estructura de la Iglesia, que se ha ido desdibujando y que en estos momentos tan difíciles debería ser un canal abierto a mi gracia, en cambio, el mal desempeño de este papel por muchos está haciendo que la fe se vaya enfriando hasta desaparecer. Os hablo a los catequistas, aquellos que como mis apóstoles deben llevar mi Palabra, no transformándola según su capricho sino tal cual es y sin concesiones. Un fenómeno especial ha sucedido pues no hay muchos que se ofrecen para realizar tal tarea y los sacerdotes, lejos de seleccionar, toman a quién venga y he ahí los resultados, cada uno habla de su propio dios, pero no habla de mí. Cada uno enseña el dios que le permite su preparación, su voluntad, su inteligencia o simplemente sus ganas, pero no la totalidad de la doctrina de la cual es depositaria mi Iglesia. Es más, muchos se toman el atrevimiento de no preparar en absoluto lo que se dirá, pensando que el Espíritu Santo va ayudarlos en cada momento y que toda palabra que de su boca salga será inspirada. En nombre de esta inspiración se cometen los más gruesos errores y es así que tenéis catequistas partidarios del divorcio o de la comunión en la mano o anticlericales y aún afines con el socialismo, todo es válido. Yo os llamo hoy, sacerdotes, guardaos bien a quién entregáis el tesoro de transmitir las enseñanzas de la fe, y si no encontráis personas debidamente dispuestas, hacedlo vosotros mismos antes que entregar el rebaño en manos de cualquiera.
Se hace necesaria una revisión general, se hace necesaria una actualización de la fe que ha pasado a ser solamente una palabra dentro de mi Iglesia. Todo es estructura, todo es planificación, todos son roles, funciones, no hay lugar para Dios en esta batalla de organizaciones. El Señor, dueño de la Iglesia, no puede comandarla ya porque sus mandos no responden a la suave voz del Pastor sino a sus propios caprichos. Yo os digo: guardad bien lo bueno y desechad prontamente lo malo si no deseáis enfermar mortalmente el cuerpo místico de vuestro Señor.
Y vosotros, estad atentos, oíd y ved bien qué se enseña y cómo se enseña a vuestros hijos, amigos, parientes, conocidos, qué se les habla en la preparación a los distintos sacramentos, y en la medida de vuestras posibilidades, completad esa formación vosotros con vuestra palabra de aliento y de confianza hacia la santa madre Iglesia. Llenad vosotros el vacío, preparáos bien, para eso sois apóstoles de los últimos tiempos.
Amados, guardaos limpios para mí, vivid santamente por mí, sois los destinatarios de todo mi amor, no hagáis oídos sordos, ¿acaso vosotros también queréis dejarme?
Yo os bendigo, recibid abundantemente y según vuestra fe, en el Padre y del Hijo y el Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Que vuestros corazones se inunden con la gracia del Espíritu Santo. Tened paz.

Lectura: San Juan, Cap. 21, Vers. 15 al 19.





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