26 de julio de 1996
La barca de la salvación navega en un mar tempestuoso como nunca antes se había visto, salvando dificultades, arrastrada por los vientos, amenazando hundirse a cada paso. Sus propios tripulantes se revelan y desconocen la autoridad de su capitán, a la vez que los enemigos la rodean intentando hundirla. Mas, dos potentes faros de luz iluminan su horizonte y la firmeza de su capitán la hará seguir adelante, llevando a quienes la aborden a puerto seguro.
¿Entendéis de qué os hablo? La barca es mi Iglesia; el mar tempestuoso: el tiempo en que estáis viviendo; los vientos, las olas: las falsas doctrinas que intentan introducirse en Ella; la tripulación rebelde son aquellos traidores que pretenden destruirla desde dentro. Los faros de luz son el culto a la eucaristía y a mi Madre. El capitán es el Santo Padre, mas, en realidad soy yo, pues él gobierna la nave en mi nombre. Y si yo quitase mi ayuda, de nada valdría su esfuerzo. Los que arriban a puerto seguro son aquellos que alcanzan la salvación con los medios que la Iglesia pone a su alcance.
No temáis. Si la mano del Señor ha podido detener la tempestad en otros tiempos, bien puede hacerlo ahora. Y si estando yo con vosotros tenéis la seguridad de que la barca no se hundirá, ¿saltaréis de ella para arrojaros al mar? O sea, ¿abandonaréis mi Iglesia para confundiros en el mundo?... Tened confianza en mí y en quién guía mi Iglesia, que en buenas manos está.
Yo os bendigo. Recibid mi bendición y mi paz si sois dignos de ella en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Libre soy de hacer oír mi voz, dónde, cuándo, y cómo quiera, si es útil para que mis ovejas vengan a mí. Paz.
Lectura: II Carta de San Pedro, Cap. 3, Vers. 1 al 10.
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