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Edición Nro. 17

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ROMPED LA BARRERAS DEL RESPETO HUMANO,
PUES MÁS PODEROSO ES EL HOMBRE
CUANTO MÁS UNIDO ESTÁ A SU DIOS

Córdoba, 28 de enero de 1990

La paz llegue a vosotros, ovejas de mi grey.
Entre ustedes y por ustedes mis palabras llegan hoy a través de mi Santo Espíritu utilizando este instrumento que por su inutilidad es ideal a mis fines.
Debéis entablar en estos días una lucha en la cual debéis empeñar gran parte de vuestra fuerza. Una gran valla se opone delante de todo aquél que desea servirme como Yo lo he pedido, ese gran obstáculo es el respeto humano. Sabed que ninguna otra palabra debe interesaros tanto como la opinión de vuestro Dios y si debéis sufrir por cumplir mis mandatos, sufrid pues como Yo he sufrido, pues no es el discípulo diferente al maestro.
Cumplid, pues, con lo que os he mandado recibiendo mi Cuerpo con las rodillas dobladas, vistiendo con vuestras cabezas cubiertas, orando continuamente en intercesión por los pecadores y adorando con toda vuestra fuerza mi presencia en el Santísimo Sacramento. Romped las barreras del respeto humano pues más poderoso es el hombre cuanto más unido está a su Dios. No temáis a nada ni a nadie porque nada os dañará tanto que olvidar mi misericordia y amor.
La humildad acerca mis gracias y el orgullo y la soberbia las alejan. Pues si un Rey ha confiado a dos siervos suyos la administración de mitad de vuestros bienes y uno de ellos utiliza estos bienes para su propio provecho, mientras el otro se preocupa por los intereses de su Rey: ¿cuál de ellos creéis temerá el regreso del Soberano? Vosotros no teméis porque vuestras almas están en paz conmigo, solo los malos administradores intentan convenceros de que el Señor jamás volverá, mas no es así, pues ya he emprendido el camino del regreso definitivo, por el momento, a través de vosotros y más adelante, como lo he prometido con Gloria y Poder y a la vista de todos.
Tened paz, abrid vuestros corazones para que en ellos pueda penetrar mi bendición y recordad que siempre os espero junto al Altar.
Yo os bendigo para que obtengáis todo bien en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Todo lo que comienza con los hombres, en los hombres termina.
Todo lo que se inicia con Dios, en Dios perdura.
Paz a los corazones bien dispuestos.

Lectura: Hechos de los Apóstoles Cap. 15, Vers. 16 al 19.


NOTA: El pedido es reiteración de los anteriores. El Señor desea que comulguemos de rodillas y que las mujeres usen mantillas, en el Templo y cuando se reza.


PISOTEAR EL RESPETO HUMANO
La atención "al qué dirán" es una de las actitudes más viles e indignas de un cristiano y una de las más injuriosas contra Dios. Para no «disgustar» a cuatro gusanillos indecentes que viven en pecado mortal, se desprecia la ley de Dios y se siente rubor de mostrarse discípulo de Jesucristo. El divino Maestro nos advierte claramente en el Evangelio que negará delante de su Padre celestial a todo aquél que le hubiera negado delante de los hombres (Mt 10,33). Es preciso tomar una actitud franca y decidida ante Él: «el que no está conmigo, está contra mí» (Mt 12,30). Y San Pablo afirma de sí mismo que no sería discípulo de Jesucristo si buscase agradar a los hombres (Gál 1,10). El cristiano que quiera santificarse ha de prescindir en absoluto de lo que el mundo pueda decir o pensar. Aunque le chille el mundo entero y le llene de burlas y menosprecios, ha de seguir adelante con inquebrantable energía y decisión. Es mejor adoptar desde el primer momento una actitud del todo clara e inequívoca para que a nadie le quepa la menor duda sobre nuestros verdaderos propósitos e intenciones. El mundo nos odiará y perseguirá - nos lo advirtió el divino Maestro (Jn 15,18-20)-, pero, si encuentra en nosotros una actitud decidida e inquebrantable, acabará dejándonos en paz, dando por perdida la partida. Solo contra los cobardes que vacilan vuelve una y otra vez a la carga para arrastrarlos nuevamente a sus filas.
El mejor medio de vencer al mundo es no ceder un solo paso, afirmando con fuerza nuestra personalidad en una actitud decidida, clara e inquebrantable de renunciar para siempre a sus máximas y vanidades.

(Padre Antonio Royo Marín O.P., Doctor en Teología y Profesor de la Pontificia Facultad del Convento de San Esteban, Salamanca, en su obra, Teología de la Perfección Cristiana, pág 300).





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